martes, 28 de octubre de 2008

CAMINANDO ENTRE DOS OCÉANOS: el infierno verde

La aventura de marchar a través de los caminos que cruzan el istmo de Panamá, es sin duda una de las experiencias más espectaculares y adversas con las que me he tenido que enfrentar en los dieciocho años que llevo participando en la Ruta Quetzal.

Caminando por el río Boquerón

Sin embargo, la ilusión de nuestro director y expedicionario jefe Miguel de la Quadra-Salcedo era realizarlo aunque la historia nos advertía de lo difícil y peligroso de este recorrido. Y es que como escribiera Celedón Favalis en 1587:

“Fue un camino donde pensé mil veces perecer y acabar la vida, porque si una vez, si milagrosamente Dios no me remediara, me ahogara sin remedio. Pero fue Dios servido que, estando ya medio ahogado, me sacaron entre más de veinte negros, y salí cual Dios sabe. Aquí en este río se me pudrió todo el vestido de mezclas, sin que haya podido servir de él, ni aun hacer una ropilla, y causólo el traerle yo muy guardado, y no paró sólo en esto, porque se les pudrieron a otras personas más de 4.000 ducados en vestidos. En fin, también a mi hubo de caer la desgracia; en este mismo camino me mordió no sé qué sabandija en la mano izquierda, de manera que tuve la mano y el brazo para perder, porque se me hinchó todo como una bota, y el brazo no lo podía extender, yo toda la mano tenía gafa. Y como no tenía debajo de la capa del cielo casa ninguna que le poner, por ser un despoblado donde no hay criatura humana, sino micos y monos y caimanes sin número, fue grandísima ventura no peligrar (…) En fin, nos dijeron que era camino de doce días, y como tardamos veinticinco, vímonos en gran trabajo, porque en más de los diez días que digo a v.m. no comi mos sino frutas de arcabuco y palmitos, con lo cual lo pasamos todo este tiempo; y no fue poca ventura no enfermar según las frutas era malas, que aun los negros no las querían comer con estar enseñados a ello. En fin, fue Dios servido que llegué a Panamá, aunque muy flaco; pero lo mejor que pude me rehice allí, de suerte que, aunque la tierra es en sí mala, estuve allí bueno, aunque andaba muy dejativo (…) Prometo v.m. que en mi vida me vi en mayor tribulación; sea Dios loado por todo”. (La aventura del Cruce del Istmo: de Nombre de Dios a Panamá en 1587 (1).

Todo comenzó en el mes de febrero de 2008, cuando realizamos el viaje de prospección de la Ruta Quetzal BBVA : La Selva del Río de los Cocodrilos. Panamá-Río Chagres. Este es un elemento fundamental para luego matizar y concretar el recorrido final, el avituallamiento, los lugares de acampadas y las actividades que se van a realizar, así como para probar el material más adecuado para el medio con el que nos vamos a encontrar (clima y dificultades). Recuerdo que salí de Madrid un viernes y el sábado (en Panamá) a las tres y media de la mañana ya estaba en pie, listo para comenzar el Camino Real, primer camino transístmico. Apenas dormí unas cuatro horas y el cambio horario se notaba.

Mis compañeros de aventuras fueron ese día Andrés Ciudad (Subdirector de la Ruta Quetzal y catedrático de Historia de América de la Universidad Complutense ), el coronel Luis Puleio (experto en supervivencia en la selva), Irving Bennett y Jordi Riba (los guías panameños y excelentes conocedores de la ruta que íbamos a realizar) y una representación de SINAPROC (2) capitaneada por Yasser y Juan Carlos.

Camino de nuestra aventura paramos para desayunar: una tortita de maíz con carne (no sé de qué animal la verdad) y un jugo de pera. Eran las siete y media de la mañana y empezaba a clarear, frente a nosotros una vieja locomotora oxidada y corroída por el paso del tiempo, (antiguamente había una mina de manganeso selva adentro) nos indicaba el punto de salida de nuestra marcha de dos días. Enfrente el río Nombre de Dios. Pusimos a punto nuestros equipos y nos intercambiamos los últimos consejos. Los siete éramos conscientes que éste no es un camino cualquiera, es el primer camino que unió el mar Caribe con el Mar del Sur, la primera vía de comunicación terrestre entre los dos grandes océanos.

La aventura estaba asegurada. La primera impresión al remontar el río Nombre de Dios fue desoladora, una excavadora había abierto un camino al borde del río para que pasase cómodamente un vehículo todoterreno, los destrozos eran significativos hasta llegar al Brazo del Cedro. La lluvia nos acompañó durante los días de marcha, el cielo bastante encapotado nos libró de un sol de justicia, sobre todo porque estábamos en verano, teóricamente época seca. Este aspecto me llamó mucho la atención pues a todos los lugareños que nos fuimos encontrando les sorprendían mucho estos cambios en el clima.

Hacia las dos horas la marcha se fue haciendo cada vez más dura, abandonamos el cauce del río Nombre de Dios y nos dirigimos a la espesura de la selva. La gran dificultad además de la lluvia persistente fue el barro que nos encontramos en las laderas que teníamos que ascender y posteriormente descender, por lo que las caídas fueron sucediéndose en los momentos más inesperados. Además no podíamos sujetarnos a ninguna rama, árbol o palma pues muchas de ellas producen urticarias o bien tienen púas negras y afiladas como agujas, capaces de atravesar una mano limpiamente o en el peor de los casos y para más desdichas, exponerse a una picadura de serpiente, insecto o alimaña. Algo con lo que también teníamos que contar. Eso condicionó que nuestra marcha fuera más lenta.

En cabeza iban Irving (con un machete de grandes dimensiones iba abriendo trocha) y el coronel Puleio. Los demás les seguíamos.

Derrumbe en el río Diablo y hamaca de selva diseñada por De la Quadra-Salcedo

La maleza cada vez se iba haciendo más impenetrable, la maraña de ramas, raíces y plantas hacía que nuestro amigo Irving se empleara a fondo. El silbido de su machete al surcar el aire y el impacto en la ramas y troncos fueron el sonido que nos mantenía orientados en la espesura. A veces metía el pie entre tal cúmulo de ramas y raíces que se me hundía la pierna hasta la rodilla, teniéndo que ayudarme de mis dos manos para poder sacar la pierna de esta trampa natural. Los troncos caídos también fueron un buen estímulo para nuestros cansados cuerpos, los más altos los pasábamos arrastrándonos por esa mezcla de hojas húmedas y podridas, aderezada con raíces. Los bajos los escalábamos como podíamos ......

( Conoce el artículo completo en "Caminando entre dos océanos: el infierno verde" en la sección Geografías de SIRINGA )

(1) FAVALIS, Celedón: citado por MARTÍNEZ CUTILLAS, Pedro: Panamá Colonial. Historia e Imagen. Ediciones San Marcos, Madrid, 2006).
(2) SINAPROC: Sistema Nacional de Protección Civil (Panamá)

Jesús Luna

viernes, 3 de octubre de 2008

El CHOCOLATE en las crónicas de Hernán Cortés y OTROS

Ave cogiendo una mazorca de cacao. Mural Edificio A de Cacaxtla.

[Con este tercer título se continúa la historia de un manjar como el cacao, iniciada en dos entradas anteriores de este blog con los títulos "El descubrimiento del cacao" y "El cacao como moneda"


IV) El Chocolate en las crónicas de Hernán Cortés

Según las leyendas aztecas, Quetzalcóalt antes de partir para el remoto país de Tapallan, profetizó que regresaría “por donde sale sol”. En el año señalado en el calendario azteca como “Ce-acalt”. Este fecha correspondía al año 1519 de la era cristiana, justo cuando los primeros españoles al mando de Hernán Cortés desembarcaron en las costas orientales de México
Esta coincidencia en el tiempo supuso para los aztecas el anunciado regreso de su Dios desterrado. Y el recibimiento de los españoles como seres divinos. Después de ofrecer múltiples regalos de incalculable valor y uno de sus mejores palacios para aposento de Cortés y sus hombres, Moctezuma ofreció en vaso de oro a los visitantes la bebida más sagrada para los aztecas: el chocolote.
En aquel tiempo, compuesto por una mezcla de cacao, maíz molido, pimienta, especias variadas y afrodisíacos naturales. El resultado era una bebida tonificante, energética y afrodisíaca.
Más adelante los españoles asistirán repetidas veces a la comida del propio Moctezuma, que se desarrollaba como un rito fastuoso, con centenares de platos de los que el emperador apenas probaba algunos. No dejando, eso sí de beber chocolate en abundancia.
Todos los cronistas coinciden en el chocolate que tomaba Moctezuma tenía virtudes afrodisíacas.
Pronto se aficionaron los conquistadores a tomarlo, sobre todo porque le atribuían al chocolate propiedades tónicas muy apreciadas ante las duras condiciones de vida que llevaban. Cortés llegó a escribir en una de sus cartas al Emperador Carlos V que: “una sola taza de esta bebida fortalece tanto al soldado que puede caminar todo el día sin necesidad de tomar ningún otro alimento”.

Recordemos que la palabra chocolate tiene varias acepciones. Enumeramos algunas de ellas:

- Para Joaquín Bastus y la Real Academia de la Lengua Española: “se supone que el nombre de chocolat, que daban los mexicanos a la bebida o infusión del cacao, del cual nosotros hicimos chocolate se formó de choco, que en antiguo significaba cacao y de late que quiere decir agua, es decir cacao disuelto en agua o agua de cacao”.

- Otra opinión es la de Castillo Ledón, quien manifiesta que la palabra chocolate (choco-atl) procede del náhuatl y esta compuesta por xoco (agrio) y atl (agua), es decir: agua agria.

De los soldados pasó a los Virreyes y gobernadores, así como a los frailes y monjas que iban estableciendo sus conventos durante la colonización. A las religiosas del convento de Oaxaca se atribuye el haber tenido la idea de mezclar con el cacao el azúcar recién importado del Viejo Mundo…

V) El cacaotero y tipos de cacao

El cacaotero o cacaotal es una planta tropical americana de hojas sencillas, frágiles y brillantes que pueden alcanzar los ocho metros de altura, aunque lo ideal para una buena explotación es que lleguen hasta cuatro o cinco metros.


El fruto del cacao es una baya oval esférica, de color pardo, rojizo o amarillo. Está compuesto de cáscara externa y en su interior se encuentran dispuestas en fila las semillas o almendras de cacao, las de fuera están envueltas en una pulpa blanca y viscosa. El número varia entre veintiséis a sesenta almendras y están dispuestas en forma simétrica.
Una de las características típicas del cacaotero es que las flores se encuentran en el tronco del árbol. El cacaotero empieza a dar sus frutos a parir del quinto o sexto año de su plantación y alcanza su grado máximo hacía los diez u once años. Durante esta época suelen dar dos cosechas anuales.
Theobroma cacao es el nombre científico que recibe el árbol del cacao o cacaotero. Theobroma, en griego, significa: “alimento de los dioses”.

Existen varios tipos de cacaoteros identificados en cuatro grandes grupos.

- El criollo o nativo: originario de Centroamérica y nombrado así por los españoles a su llegada.
- El forastero: originario del alto amazonas y actualmente cultivado extensivamente en África e Indonesia
- Los híbridos: que consisten en cruces entre el criollo y forastero para conseguir la robustez del uno y el aroma del otro. Actualmente existen cientos de híbridos creados por el hombre o naturalmente que se han extendido y propagado por todo Centroamérica.

VI) Usos del chocolate en Occidente

Cuando se introdujo el chocolate en España y durante algún tiempo fue considerado un medicamento. Sobre todo para aliviar la debilidad orgánica, como cita el médico y cirujano Alonso de Ledesma (Ecija), en su libro: Curioso tratado de la naturaleza y calidad del chocolate que se publicó en Madrid (1631). Poco a poco la pasión por el chocolate fue haciéndose una realidad entre los españoles que lo iban haciendo más exquisito. Mezclándolo con azúcar, vainilla y canela.
El gran aprecio al chocolate llegó a preocupar a los gobernantes que pensaron incluso en cobrar impuestos y reglamentar su consumo. Se tomaba en cualquier sitio y a cualquier hora, igual que en América.
De tal envergadura llegó a ser el fenómeno que los alcaldes de Casa y Corte de Madrid, ordenaron en el año 1644 que: “nadie, ni en tienda ni en domicilio ni en parte alguna pueda vender chocolate como bebida”. Eso sí, se autorizaba la venta en pastilla, pero la bebida había que prepararla cada cual en su casa. El fin último de esta rocambolesca medida era evitar el espectáculo de la ociosidad que daba el pueblo tomando chocolate por las calles.

En el terreno eclesiástico la cuestión del chocolate dio lugar a opiniones muy contradictorias. En realidad el destino del chocolate y las funciones eclesiásticas han estado siempre unidos.
Ninguna otra bebida con estas propiedades (alimento reconfortante) podía convenir más a la iglesia, ya que no llevaba alcohol. Además los conventos le abrieron muy pronto sus puertas e incluso se dedicaban a elaborarlo. Y hasta nuestros días se ha considerado como tradicional y proverbial el chocolate de los canónigos.
También se vio en aquellos tiempos de ayunos extremos una posibilidad de alivio consumiendo chocolate. No obstante, aquí también salto la polémica. ¿Quebrantaba el ayuno quien tomaba chocolate?
Las opiniones eran para todos los gustos como el propio chocolate.


Jesús Luna